miércoles, 13 de agosto de 2008

San Francisco: inicio del viaje

El comienzo del viaje
Antes de comenzar he de comentaros que en el primer capítulo pocas fotos hay, ya que la emoción del viaje me impidió atreverme a sacar la cámara, y la cara de uno de los policías de Chicago al hacer el amago de ello me quitó las ganas, jeje. Intentaré ser resumido para la gente que no quiere leer mucho texto, pero tampoco lo seré demasiado porque sé que hay gente a la que le apetece leer.
En mi caso el viaje lo he realizado con Iberia. Viajas con Iberia hasta Chicago desde Madrid y allí cambias a American Airlines.

Iberia pide los datos del alojamiento en el destino. Creo que es por si se pierde la maleta, no tener que pedir los datos en el destino sino que ya los llevan desde aquí para poder enviarla finalmente y tenerte localizado.

El vuelo sale de la T4S, es decir, que tuve que experimentar la emoción del tren automático de la terminal satélite. Allí no hay posibilidad de equivocación, no hay dos puertas ni dos pasillos distintos, todo está muy claro. Uno sólo tiene que seguir recto y girar cuando la pared así lo exija. Aun así, la gente pregunta a la única persona que hay de información de Aena que si tiene que ir por ahí... La pobre está programada para decir sólo "sí".

Pasado el tren y el control de pasaportes de la Policía Nacional, tengo que buscar la puerta U74, es decir, la última puerta de la Terminal Satélite 4. No la indican, pero si sigues las puertas R y S (verde), al acabarse éstas aparecen las U (azul oscuro). Antes de poder llegar a las últimas 6 u 8 puertas, un cordón impide el paso porque hay otro control de pasaportes por parte de personal de Iberia. Es curioso porque no miran nada del alojamiento, fecha de vuelta del billete ni nada. Y es que Iberia me había dicho que ellos piden todo porque así cuando llegas al control de inmigración todo es más rápido allí presentando los papeles del informe de Iberia... ¡¡Leches!! (Ya os contaré).

Por cierto que al facturar mi maleta, me indican que está facturada hasta el destino, pero que en Chicago tendré que cogerla para hacer el control de entrada de aduanas. Pero nadie sabe lo que hay que hacer. El único que sabe algo es un tipo de un mostrador de Iberia (ya en la T4S) que me dice que, por experiencia personal una vez que fue, coges tu maleta y la dejas luego en unas cintas de American Airlines y que no hay pérdida.

Montamos en el avión. El avión es uno de los pocos que puede alcanzar tantos kms (unos doce mil y pico). Es un Airbus 340, con tres filas de 2 asientos, 4 asientos y 2 asientos de nuevo. Una individua bajita, en la puerta de embarque, se intenta medio colar a la gente y, como habían dicho que dejáramos pasar primero a los niños, ella iba con apariencia de niña y pretendía colarse. No sé con qué fin, las butacas son numeradas. La gente está fatal, y ésta en concreto al pasar hacia el avión iba cantando algo raro. Yo ya me esperaba una inmolación en el vuelo, jeje.

Pero el vuelo no iba a ser tan divertido... Al menos al principio. Mi sitio estaba muy atrás, de tal forma que cuando este monstruo despegó la sensación era de que yo no había despegado. Sólo se nota en el ruido y en que toda la estructura del avión comienza a crujir desesperadamente.

No os recomiendo viajar con Iberia. Es incómodo, pequeño y además la tele es muy mala. Ponen una tele por cada 5 filas de asientos y sólo en el centro.

Para colmo, me tocó al lado del inserso gallego. La señora de mi lado no para de moverse y de hablar moviendo el cuerpo y, con ello, el asiento y la fila completa de asientos.

Una chica brasileira del avión de repente le pregunta al tipo que se sienta a su lado que si es brasileiro también, y él contesta que sí. Joder, la gente tiene suerte en sus viajes para poder conversar de cosillas, pero yo parecía que tenía la negra.

Momento cumbre en el que me dejan la bandeja con la comida. Muy buena comida la de Iberia, eso he de decirlo, me han sorprendido y saciado. No obstante, mi mala suerte me perseguía y según abrí el plato comenzaron unas turbulencias horribles. En cualquier caso, no paré de comer.

Mi suerte parecía cambiar de repente. La señora gallega sentada a mi lado me ofreció su postre porque ella no podía comerlo ya que es diabética. Se ganó mi amistad, compró mi alma y tuvo conversación en las siguientes 7 horas de viaje, jejeje.

Sólo me dormí 20 minutillos en el vuelo, lo justo para estar despejado antes de aterrizar.

Después de dormir tuve que rellenar los papelitos de entrada a USA. Hay dos papeles: uno azul que tiene que rellenar todo el mundo. Es para el control de aduanas. Es fácil rellenarlo pero los datos deben ser exactamente iguales a los del pasaporte, donde no salen tildes en las letras. Así que os podéis imaginar que la cagué al escribir mis apellidos con tilde y tuve que repetirlo.

El otro papelito puede ser blanco o verde: blanco si necesitas visado y verde si vas a entrar a USA acogiéndote al plan de exención de visado. Yo cogí el verde, lo rellené y no tiene demasiada complicación. Tiene unas cuantas preguntas absurdas, como que si vas a participar en algún acto terrorista o algo así. Estos americanos...

Y ya era la hora de llegar al aeropuerto de Chicago. La aventura estaba todavía por empezar.

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